Las expresiones emitadas a continuación no representan necesariamente el sentir del atleta puertorriqueño Javier Culson.
A veces planeamos las cosas por mucho tiempo. Incluso, por años. En ocasiones dejamos pasar importantes eventos solo por seguir planeando lo que queremos lograr. Por un tiempo indeterminado realizamos actividades que nuestra familia no podía realizar.
Cada uno de nosotros en algún momento tuvo un sueño. Cada uno de nosotros pasó toda su vida luchando por hacer que ese sueño se hiciera realidad. Cada persona en el mundo sacrificó, al menos una vez en la vida, una fecha importante para poder cumplir ese sueño y transformarlo de un ideal a algo concreto.
En mi caso, he tenido varios sueños. Sueños que he transformado en metas. Algunas de ellas las he logrado, otras no. Por ejemplo, desde pequeño siempre quise hacer que mi madre se sintiera muy orgullosa de mí. En ese momento supe que quería ser atleta. Mi primer sueño fue que mi madre se sintiera orgullosa de mí. Lo logré, lo he logrado a lo largo de mi vida. Lo logré cuando llevaba a casa buenas notas, cuando me acordaba de su cumpleaños y cuando le dije, bien seguro de mí, que iba a empezar mi carrera como atleta.
Tan pronto supe que iba a ser atleta, me propuse empezar a los 16 años. Y desde ese momento empecé a sacrificar momentos importantes por lograrlo. Una vez quedé en verme con una amiguita de la escuela, pero salí tan cansado de las prácticas que me quedé dormido. Como mismo sacrifiqué esa cita también sacrifiqué otras cosas, que en este momento son absurdas, pero a mi corta edad de 16 años eran esenciales.
¡Pero lo logré! Inicié mi carrera a los 16 años y no he tenido descanso. Recuerdo que mi vida se divide en antes y después del año 2001. Ahora tenía otro sueño: ganar una medalla. Y sacrificando fiestas familiares y salidas con mis amigos, lo logré dos años después. A mis 18 años gané mi primera medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Atletismo Juvenil, Bridgetown 2003. ¡Y ahí descubrí que mi especialidad eran los 400m con vallas!
Luego de esa medalla, quise seguir soñando en grande aunque significara sacrificar tiempo de calidad con los míos. Todos los días soñaba con una presea dorada y lo logré en el año 2006 en los Juegos Iberoamericanos en Ponce. Para ganar esa medalla, lloré y me cuestioné mucho.
Y así seguí soñando. Unas veces convertía el sueño en una meta, pero otras veces fallaba en el intento. Fallé muchas veces, pero también otras muchas, disfruté la victoria. ¡Cómo cuando me convertí en el primer boricua en avanzar a una final en el Campeonato Mundial de Atletismo!
Seguí creciendo y haciendo feliz a mi madre que nunca me ha dejado solo, ni yo a ella. Me enamoré y creí lograr el sueño de tener una relación estable y una familia. Fallé en el intento. En esa ocasión, no logré tener la familia que quería, pero sí logré tener una hija hermosa y saludable. ¡Soy humano como ustedes y también mis metas se quedan incompletas!
Mi hija, mi princesa cambió mi vida por completo. Ahora tenía que estar más enfocado para que cuando creciera viera que su papá era un héroe. Muchas veces queremos que nuestros hijos nos vean como un Dios que todo lo puede y, en el camino intentando ser perfectos para nuestros hijos, fallamos. Yo fallé muchas veces, pero nunca dejé de hacer lo mejor que sabía hacer: correr. Correr para ella, correr para que tuviera historias que contarle a sus amigos de la escuela, correr para que se sintiera feliz en mis brazos.
Y lo hice, pero para lograrlo sacrifiqué cumpleaños y, muchas veces, cuando quería visitarme, no la podía atender. Sacrifiqué sus momentos especiales como niña y varias salidas al cine, pero al final, al igual que mi mamá, ella parecía entender.
Y seguí corriendo como me lo permitía la vida. Por momentos a la velocidad de la luz; por momentos como tortuga, pero no perdí el enfoque porque no solo tenía a una familia con sus ilusiones puestas en mí, sino que ya tenía a un país entero creyendo en mi talento. Este talento me regaló fanáticos, dinero y hasta una matrícula gratis para estudiar en una universidad. Y aunque todo estaba marchando en orden, con mis altas y bajas, recuerdo que para llegar a donde estaba había planeado cosas con mucho amor, que no había podido cumplir.
Bien pareciera por todo lo anterior que era feliz, pero me seguían faltando varias cosas importantes. Seguí ganando carreras, seguí participando en ponencias, empecé a firmar contratos y hasta conocí al amor de mi vida. Me casé y al fin completé la meta de tener una familia completa. ¡Pero no todo es color de rosas! Mi matrimonio es uno hermoso, lleno de confianza y amor. Mi esposa es el árbol donde me apoyo para tomar fresco, protegerme del Sol y descansar cuando no puedo más. Pero como en muchas ocasiones, sacrifiqué días lejos de ella, para poder seguir obteniendo victorias.
Y así gané muchas medallas. Perdí muchas competencias, pero eso me daba la destreza necesaria para ganarme una medalla en la siguiente hazaña. Llegué a Pekín y puse en alto a mi país. Gané medalla de Plata en Toronto. En Londres gané bronce. Y en ocasiones hacía una nueva marca. ¡No tienen idea de lo mucho que sacrifiqué para lograrlo!
En las prácticas, a las que iba siempre aunque lloviera y estuviera enfermo, me retaba a mí mismo. Nunca cometí un error grande en mis prácticas aunque los nervios, quizás me traicionaran el día del evento. Gracias a todas las practicas y lesiones obtenidas, llegue a Berlín y también recuerdo que quedé campeón en la Liga Diamante. Obtuve medalla de Plata en Mayagüez y logré otras medallas en distintas competencias. ¡Soy el orgulloso medallista olímpico de mi familia!
No sé, pero creo que aquí se ven bastante bien los logros que poco a poco le he dado a Puerto Rico. Suena egoísta, pero quería un logro más y estaba seguro que lo podía hacer. ¡Quería una medalla en Río 2016!
Y trabajé mucho para llegar a Río. Lloré, corrí y siempre lograba lo que me proponía. Ustedes no se lo imaginan, pero estar en unas Olimpiadas es algo inexplicable. Sentir esa sensación de alegría, de entusiasmo, es algo fuera de este mundo. Les juro por mi vida que quería estar en esa final. ¿Y saben algo? Lo logré. Puerto Rico fue testigo de mi desempeño en Río y eso lo agradezco tanto. Mi Isla se paralizó, como lo hace siempre, cada vez que tenía que competir para poder llegar a la final y aunque muchos relajan con que soy jugador de plata, en el fondo sé que ellos son los primeros en apoyarme.
Logré clasificar a la semifinal. Y cumplí la meta de llegar a la final. Hoy, estaba seguro que iba a convertirme en el primer puertorriqueño en tener dos medallas en Juegos Olímpicos. ¡Y quería la de Oro! Mónica me motivó, mi pueblo me motivó y mi familia me volvió a motivar.
Nada podía fallar. Los analistas estaban de acuerdo en que tenía buenas posibilidades hoy y hablando con el corazón en la mano, yo también lo creí. Mis nervios eran distintos, porque aunque ya he participado en pasadas olimpiadas, la sensación hoy era distinta.
¿Recuerdan lo que les dije al principio? Muchas veces se sacrifican muchas cosas por lograr un sueño que en cuestión de segundos desaparece. Hoy, fallé y pedí disculpas. La sensación de impotencia es tanta porque aunque soy para ustedes un orgullo, jamás había fallado de tal manera.
Nunca, nunca en mis prácticas había tenido una falsa salida. Nunca en ninguna competencia había cometido un error de esa magnitud. Hoy el mundo se desplomó frente a mí y solamente las lágrimas cayendo por mi cara lograban abrazar mi tristeza.
No es fácil aguantar lesiones, burlas, malos tratos, indiferencia y perderme las fechas especiales de mi esposa e hija para fallar en el intento. No es fácil y no habrá manera de poder explicarles la presión que uno siente al estar al lado de los mejores atletas del universo. No la hay, no hay forma de decirles el miedo que sentía sabiendo que mi Isla es una de las más exigentes. Los sentimientos eran muchos y estaban a flor de piel.
Hoy caí, como he caído en el pasado y como mismo me caeré en el futuro. Hoy aunque he sentido el apoyo de mi gente, no puedo levantar mi cabeza porque si hubiera llegado a la meta en un último lugar, estaría feliz porque lo intenté.
Pero no fue así y no podré cambiar eso. Porque hoy ni siquiera tuve la oportunidad de intentarlo, porque por el resto de mi vida viviré con la interrogante de lo que hubiese logrado, pero por mi falsa salida no logré.
Una falsa salida que muchos de ustedes han experimentado alguna vez. Cuando no logran hacer una venta, cuando regresan con las manos vacías a casa o cuando se pierden en el camino, al igual que yo han experimentado una falsa salida. ¿Cuántos como yo no han planeado algo por años y cuando están a punto de lograrlo por culpa de la emoción actúan antes de tiempo? Todos en algún momento de su historia han tenido una falsa salida que los deja sin aliento. La mía, me dejó sin vida.
Puerto Rico, mi hermoso terruño, sé que no debo pedir disculpas y sé que hay mucho que pensar y también mucho que celebrar. Hoy tuve una falsa salida porque tenía muchas ganas de que escucharan el himno de su país, pero aunque me duele, tengo la satisfacción que en Borinquen, la llegada será perfecta. Una llegada que tendré pronto sin lamentos ni preguntas. Una llegada que una falsa salida hará perfecta.