Una vez leí que algunas personas están en tu vida por un tiempo determinado y no para siempre. También leí que esas personas son las que te ayudan a sobrellevar alguna situación o las que al final, cuando parten de tus días, te dejan una enseñanza.
A veces no es preciso apreciar eso, pero en cosas tan sencillas como ese noviazgo que no funcionó, uno se puede dar cuenta que es cierto, que todo es una experiencia.
Así me paso contigo. Cuando pensaba que ya no podía resistir más, apareciste para sujetar mis brazos y llevarme a puerto seguro. Cuando creía que no podía confiar más en nadie, demostraste que tu piel era el camino inequívoco para depositar mis dudas.
Y así fuimos caminando juntos en este viaje que profesaba eterno, pero al final no lo fue. Caminamos mientras volvía a sentir el olor de las flores. Caminamos mientras las estrellas recobraban su color. Caminamos de la mano mientras me vestía de soberana y tus acciones me demostraban que podía llegar a ser majestad en el reino tuyo… o de cualquiera.
Caminamos por la vereda más obscura, pero la convertiste en la más iluminada no con tu sonrisa; con la que lograste plasmar en mí. Me ayudaste a volver a creer, me volví a sentir importante.
Fuiste el viaje que necesitaba para recobrar fuerzas. Ese viaje con el que una sueña cuando es pequeña, ese viaje que te achina los ojos y te hace sonreír.
Fuiste el viaje que despertó lo que quedaba dormido en mí. Ese viaje que tiene varias escalas largas, pero que en vez de descansar aprovechas esas horas para hacer algo nuevo.
Fuiste el viaje que me enseño lo poderosa que era. El mejor viaje de mi vida, lo fuiste tu. Ese viaje donde descubres lo inexplicable, donde tomas mil fotos para el recuerdo porque sabes que en algún momento hay que aterrizar a la realidad.
Fuiste el viaje que siempre quería, pero no el que podía tener. Porque como leí una vez, existen personas que son el mayor y mejor viaje de tu vida, mas sin embargo, no son el destino.
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