Cuando se habla de cosas importantes, sin lugar a dudas, se tiene que hablar del idioma español. Esta lengua romance la podemos escuchar a lo largo del mundo y no es para menos, porque según mis días pasan sin gracia ni gloria, más personas continúan hablando el mismo.
Personas en América Latina, El Caribe y en España lo hablan sin reparos. También este amigo dificultoso ha ganado sus arduas batallas en países donde el idioma oficial es otro completamente distinto. Sí, el idioma español, ese que trajeron los españoles en sus viajes a América Latina, ha sobrevivido a pesar de que en los últimos años ha tenido que luchar más que la tenista Mónica Puig enfrentándose a la número dos del mundo. ¿Y saben el porqué de esto? Porque mi querido amigo es tan grandioso que ha sabido trascender a través de los años, de la vida.
Tanto así que personas con un idioma oficial distinto a este prefieren aprenderlo como segundo idioma. ¡Los latinos nos estamos quedando con to’! Y antes de que me critiquen por decir to, tengo que dejarles saber que soy boricua y que respeto mi jerga aunque me pase la mitad del día peleando con la gente por usar la misma.
Como estamos entrando en confianza, ya no hablaré del español como una lengua que se habla alrededor del mundo. Sino que hablaré de mi amigo el español como mi compañero de viaje en el maravilloso mundo de las comunicaciones. ¡El español, no importa donde esté parada será, por siempre, mi compañero de vida!
Por consiguiente, como comunicadora tendré una eterna pelea con mi pana porque aunque quiera mantener intacta la jerga de mi país, Puerto Rico, en ocasiones no lo podré hacer. Imagínate cubriendo un evento político y que diga el tipo en vez de el senador. O escribiendo una noticia donde por dejarme llevar por los distintos dialectos de mi pueblo, diga la gata en vez de la pareja de fulanito. Es complicada esta relación de amor y odio que puedo llegar a sentir por mi idioma, pero también es la relación más pura y llevadera que puede existir. Aquí lo contradictorio de lo que se puede y no se puede hacer con la jerga que tanto sazón le da a mi vida.
Ciertamente el idioma español ha cambiado y ya no es aquel rebuscado que se hablaba en la novela de Don Quijote de la Mancha. Claro está, esto nos ayuda a poder llevar un mensaje más simple y claro para que nuestros lectores o espectadores lo entiendan sin que tengan que estar gastar su data buscando en la web lo que quiero decir. El mundo está en una constante evolución. Los seres humanos estamos viviendo cambios a diario y el idioma, nuestro hermoso idioma, entra cada cierto tiempo en una metamorfosis que si bien es complicada, también nos ayuda a tener un contacto más íntimo con nuestros pares. Por eso no importa si la Real Academia Española aprueba o no ciertas palabras, aquí en mi Isla y entre mis colegas, la jerga de mi país sigue intacta.