El ser humano, en ocasiones demasiado seguidas, tiende a escuchar su corazón más que cualquier otra cosa en el mundo. Aunque el ser humano tiene la capacidad de pensar y analizar, en muchas ocasiones, prefiere no hacerlo porque eso sería igual a dejar pasar una oportunidad o tal vez, a no cometer un acto de justicia.
Es algo completamente natural. Desde que se comienza a usar la razón, se pueden separar y clasificar las cosas que ocurren alrededor. Es por ella misma, la razón, que muchas veces las personas se dan cuenta que el amor va más allá que ella. La razón, aunque muy inteligente, empuja a que el ser humano aprenda a ser justo, aunque eso signifique salir perdiendo.
En cosas tan simples como darle el último caramelo al hermano menor, la razón demuestra que no siempre se deben hacer las cosas «bien». Sí, el hermano menor ya comió y no es justo que no puedas comerte el caramelo que tanto querías, pero el amor pesa en esa ocasión más que la razón.

Y seguirá pesando cada vez que decides ayudara alguien que en el pasado no te ayudo a ti. Seguirá pesando cada vez que perdonas la gritería que tu hija te da cuando no la complaces. Sigue pesando cuando te vas por encima de la norma y defiendes a una persona que es invisible para la sociedad.
La razón deja de pesar cuando descubres que ayudando a tu ex pareja infiel, eres más feliz. Tampoco pesa cuando ayudas a esa compañera que te robó la propuesta que querías para subir de puesto. La razón, deja de pesar cuando te desprendes del orgullo y demuestras que, al final, todo es más sencillo amando.
No, no se trata de ser menos que ellos. O de ser pendejo. Se trata de demostrar que teniendo buen corazón puedes impactar más. Se trata de dar una lección de vida y a veces, esas grandes lecciones no se hacen teniendo razón.