Uno de los pueblos con más historia en la Isla vuelve a escribir un nuevo capítulo: el de la necesidad. Un pueblo rico en cultura vive, en estos momentos, la cultura del abandono. Un pueblo rico en tradición vive en carne propia la tradición de darle más importancia a otros, menos a los nuestros. Un pueblo soñador vive una pesadilla.
Loíza fue uno de los pueblos que más sufrió los estragos del Huracán Irma. 79 familias soportaron los fuertes vientos del huracán mientras veían sin poder hacer nada, cómo sus hogares se derrumbaban frente a sus ojos. Irma, destruyó casas de cemento y madera, ventanas y puertas, derrumbó techos y columnas; y quiso llenar de mucha agua las humildes residencias que encontró a su paso.
A punto de cumplirse una semana de la visita no grata del huracán todavía las familias no han podido sentir que han sido tratadas como prioridad mientras que a otras personas e islas se les ha intentado dar todo.
-No está mal dar de lo que tenemos a quienes han perdido todo, pero para poder ayudar a otros, tenemos que ayudarnos primero nosotros.
Y como mismo piensa esta persona de tez trigueña, que camina con dificultad y que sus canas cubren su cabello corto, piensan muchos. Una pareja de novios de 18 y 19 años la acompañan y aunque agarrados de la mano, llenos de amor, están llenos de miedo. Todavía, hoy, tienen que dormir en un refugio.
-Honestamente nos han ayudado, el gobernador y muchas personas nos han da’o alimentos y estuvieron aquí, pero nadie puede hacer ni reclamar nada porque no hemos sido declarados zona de desastres.
-79 familias perdieron todo, no hay casas ni luz, no hay agua, todo está destruido y no somos zona de desastres. ¿Cómo vamos a reclamar nuestras casitas?
Y es que en los ojos de esos refugiados se nota la desesperación por poder dormir tranquilos sabiendo que van a poder tener pronto un techo seguro. Lamentablemente no es así, sin embargo, todos en Loíza siguen uniendo esfuerzos para lograr recoger y ayudar a los que lo necesitan.
Betzaida López con sus espejuelos pequeños y una sonrisa que no se apaga es la mujer maravilla de todos los residentes del pueblo costero. Su pelo recogido en un moño sencillo indica que está ahí para trabajar. Sus manos suaves de dedos pequeños reciben los donativos que llegan al centro de acopio que se abrió en el salón parroquial de la Iglesia Católica.
–Estamos cerca de la plaza pública, de la alcaldía. Frente a la Iglesia Católica.
Es la contestación que ha dado más de 30 veces cada vez que recibe una llamada a su celular mientras dobla la ropa en las mesas plásticas que hay a lo largo del salón parroquial. En las mesas está clasificada la ropa que ha llegado en grandes bolsas blancas.
Antes de la fila de mesas, hay 5 almohadas, sábanas y corchas. También hay toallas y una sábana de Hot Wheels. En una mesa ropa de mujeres, en la otra pantalones cortos. En una mesa tienen ropa de caballeros y en la última mesa de la fila está la ropa de niños. Debajo de esta mesa hay tres cajas con zapatos de niños.
En otra pared del salón está la comida que ha llegado hasta la Mujer Maravilla y su equipo de trabajo. En la mesa hay paquetes amarillos de arroz, agua, galletas export sodas, habichuelas, jugos, spaguettis, barras nutritivas, corn beef, jamonillas, habichuelas y muchas salchichas. Alimentos que no se tengan que mantener fríos y que puedan comerse con el mínimo tiempo de preparación es lo que necesitan.
Alithia Acosta, quien reside en Boston, está sudada y cansada. Tiene una camisa gris, un mahón y unos tenis cómodos que le permiten halar las cajas de agua a una esquina del aposento.
-Hemos abierto una cuenta de Gofund para poder comprar los materiales que se necesiten y lo más importante comprarlos aquí porque traerlos de Boston es muy costoso.
Es lo que ha repetido hoy en varias ocasiones cada vez que ha sido entrevistada o la solicitan para pedirle información. La jovial mujer estará el tiempo que sea necesario porque no se va a ir sin comprar materiales de construcción para las 79 casas que quedaron destruidas.
El positivismo que uno recibe y puede sentir desde que se entra al centro de acopio contrasta con lo que uno observa en las distintas comunidades del pueblo loiceño. Por ejemplo, en el sector Los Ayala del barrio Medianía Alta, el humilde hogar de Luis quedó destruido. La casita de madera dejó de existir cuando Irma con sus primeros vientos desprendió un palo de panas y este cayó encima del hogar.
La casa de Luis donde vivía con esposa y sus tres hijos: Christian, de 12 años, Charelis de 10 y Luis de 9, se derrumbó frente a sus ojos. Hasta este momento, todo seguía igual. La familia parada frente a lo que fue su hogar de toda la vida, no puede sentir otra cosa que no sea impotencia porque todavía no han sido declarados zona de desastres y no pueden empezar los trámites con FEMA.
Los vecinos inmediatos de esta familia han estado con ella desde que pasó la tragedia. No les queda otro remedio que pararse frente a los restos de su residencia y tratar de ubicar las cosas que tenían. Los gabinetes de la cocina Luis los ubicó en un lugar diferente al de su esposa, Leilany Velázquez.
La familia clama por ayuda. Los tres niños añoran volver a tener sus materiales escolares para poder regresar a la escuela con sus amiguitos.
Al igual que Luis y su familia hay otras personas que han perdido parte de su hogar y están viviendo en condiciones que no son las adecuadas y sobre todo, que son peligrosas.
El hogar de Sonia está a punto de colapsar. El zinc que les servía de techo está suelto y roto. Los vientos lo levantaban y el agua danzaba a través de toda la casa. En su cuarto hay un canto de madera que está aguantando parte del techo para que no se caiga la casa.
-Hay que caminar con cuidado por las noches porque no hay luz y si llego a tumbar el palo, la casa se me cae encima.
Cuando a Sonia le preguntan qué ha podido hacer, su cara llena de tristeza da la contestación.
-Aquí no ha venido FEMA, no ha venido nadie. Como no es zona de desastres no han podido hacer nada. La alcaldesa muy bien se ha portado.
Todo esto lo dice con calma, como si todavía no hubiese podido digerir la situación. Su humilde hogar casi no aguanta, pero eso no evita que en su estufita de gas pueda cocinar para los vecinos.
Vecinos que todavía miran incrédulos a su alrededor, vecinos que saben que esto será un cuento de nunca acabar y que pasarán meses largos antes de ver una mejoría.Igual que los residentes de Villa Cristiana, Parcelas Vieques y Villa Batata. Estos barrios fueron los más afectados por el Huracán Irma.
Muchos escombros. Árboles de diferentes tamaños encima de casas. Otros, obstruyendo el paso. Hogares con sus cuatro paredes sucias por el fango, pero sin un techo que los cobije. Hogares que solo quedarán en la imaginación de los que una vez vivieron ahí porque todavía, al Sol de hoy, no tienen la seguridad de volver a dormir debajo de una morada que los cubra.
Irma se llevó el techo y los muros que los protegían, pero no pudo llevarse lo que hace que aún estén de pie, agonizando a punto de caer, pero de pie: la esperanza.
La fe es el antónimo de miedo. La fe es lo que mantiene a este pueblo olvidado firme.
La fotos que acompañan esta crónica pertenecen a Primera Hora. Todos los derechos le pertenecen.
Si quieres ayudar puedes comunicarte con Betzaida López al 939-630-3448. De iagual forma, http://bit.ly/GoFundMeIrma para poder comprar los materiales que hagan falta.