Hace varias semanas escribí sobre una situación que estaba viviendo. ¿Recuerdan cuando les dije que los hombres no esperaban por ninguna mujer? Quise darles a las mujeres que me leen un humilde consejo y les dije en palabras lindas que si tenían a un gran hombre intentando conquistarlas, les dieran el «break».
Concluí diciendo que por tardarme mucho apareció una buena mujer que le dio el lugar a un hombre que yo nunca le pude dar. Y les deseé lo mejor porque soy consciente de que ese hombre es una buena persona.
Aunque hubiese dado todo por poder hacerlo feliz o por lo menos, porque hubiese sido feliz con ella, las cosas solo pasan por alguna razón. Muchas veces, los deseos son solo eso y lo que queremos con todo nuestro corazón no es lo que conviene. En ocasiones, deseamos no sufrir, pero no pasa. También queremos ser felices al lado del «amor de mi vida» y aunque al principio lo somos, al final todo se jode. Y así, deseamos no llorar, comer chocolates y siempre encontrar a una mitad que nos complemente. Y en mi caso… que me lleve al cine.
Así las cosas quiero dedicarle mi escrito a una mujer. A una mujer que no conozco, pero que me conoce. A una mujer a la que nunca le he hablado, pero no me soporta. A una mujer tan distinta a mí, pero con algo en común: ÉL.
Quiero dedicarle este espacio a la mujer que lastimó los sentimientos del hombre que me quiso. Sí, a ella. A la dulce chica que juró que nunca iba a tratarlo como yo lo hice. A la magnífica chica que ocupó por varios meses el lugar que podía haber sido ocupado por mí, pero, al igual que yo, desaprovechó la maravillosa oportunidad.
No tengo que explicarte mi historia. Ya la sabes. La sabes porque leíste mi publicación y la sabes porque él te la contó. Así que no tengo que perder tiempo diciendo que fui, no mala, pero sí tonta por no arriesgarme. Y te felicito, tú lo hiciste. Quisiste sanar sus heridas y lanzarte a una nueva aventura junto al chico que alguna vez me quiso.
Llegaste cuando más te necesitaba. Cuando su vida era un completo desorden, tú llegaste a ordenarla. Tu llegada fue ese paraguas que protegió su ser. No sólo protegiste su corazón, sino también su autoestima. Y te vuelvo a felicitar por eso.
Como mismo sé esas cosas, sé también cómo le repetías una y mil veces, cuando cruzaba la calle para visitarte al trabajo, que «nunca te haré lo que te hizo ella» y queriendo hacer que él me odiara cada vez más terminabas con un «yo sí te amo». ¿Acaso porque nunca le hice caso no lo amé? Digo, porque existen varias formas de amar y aunque no lo amé como pareja, por nuestros años de amistad lo llegué amar tanto que para que no sufriera conmigo, lo dejé ir.
En fin, por varios meses fuiste su Sol. La mujer que lo inspiraba a ser mejor persona. Solamente pensaba y hablaba de ti. Pensaba en qué podía hacer para recompensarte toda la felicidad que le habías regalado. Lo que pedías, te lo conseguía. Tus problemas, te los resolvía. En una ocasión, nos sentamos a hablar sobre mis escritos, y a comer tripletas por supuesto, y mirándome con sus ojos verdes me dijo: «…es que yo no la voy a dejar. Ella no se merece eso. Me enamoré de verdad». Confieso que fue un golpe bajo, no pensé que eso me iba a doler. Y no me dolió porque me gusta, me dolió porque sé que nadie ha dicho esas palabras por mí. Y él, que pudo haberlas dicho por mí, las acababa de decir por la mujer de sus sueños.
¡Al diablo! No estamos pa’ desviar el tema hablando de mí. Recuerda que solo por esta vez, todas mis letras van dirigidas a ti, mujer. Pensé que de verdad podías hacerlo feliz. Pensé que de verdad lo querías, que lo amabas y no amabas la estabilidad social/económica que él podía darte. Creí que como mismo eras una mujer segura para decirle lo mucho que lo necesitabas, así mismo ibas a serlo para luchar por él.
A final, terminaste siendo peor que yo. ¿Peor?, te preguntarás. El amor que le brindabas estaba rompiéndolo por dentro. Empezaste a no llamarlo ni a escribirle. Cancelabas planes a última hora y a veces, nunca llegabas. Comenzaste a negarle los besos en la boca frente a las personas, pero sí lo besabas «a solas». No entiendo, ¿cuál es la diferencia?
De un momento a otro te cansabas más, tenías más que estudiar y a veces muchísimos compromisos con tus padres. Y mientras tú te sentías bien haciendo eso, su inseguridad empezó a cambiar y las dudas rondaban su cabeza. Él no hablaba con muchos, pero a esos pocos intentaba pedirles un consejo. ¡No te quería dejar! No entendía por qué tenía que hacerlo. No sabía qué estaba haciendo mal. Buscó por todos los medios hablar contigo, pero cada vez que iban a hablar, tú tenías algo más importante que hacer. Y no te culpo, cuando uno no ama, la relación cae a un segundo plano.
Lamento decirte, pero al menos yo fui clara con él desde el principio. Nunca lo ilusioné, nunca le cancelé planes y siempre le dije que no podía verlo de otra manera, más que como amigos. Hiciste peor porque después de tanto tiempo viviendo cosas lindas venir a decir que no sabes lo que sientes, no es justo. Decirle, por teléfono y con prisa, «es que estoy confundida, no sé qué siento», después de tantos «te amo», no es justo.
Quisiste ser mejor que yo y fallaste en el intento. Y yo, que hasta me decía: «Misma, ella es hermosa, dos pollos juntos. Ahora sí que perdiste». ¡No perdí ná! Perdiste tú y con el corazón en la mano, no me alegro. Ni diré que el karma lo castigó porque no fue así. Con la sinceridad que me caracteriza te confieso que no estoy feliz porque dos personas terminarán sufriendo.
Él, porque lo acabas de lanzar contra el piso desde la nube más alta del cielo que te regaló. Y tú, porque tal vez no lo ves ahora, pero te convertiste en la mujer que lastimó los sentimientos del hombre que me quiso.
Jamás pensé que te hablaría de mujer a ex.