La iglesia estaba llena. Las personas estaban pendientes al primer banco. Delia, quien es ministro de la Eucaristía, sonríe. Mira para ese primer banco y sonríe otra vez. ¡En el área del coro había felicidad! Todos en la casa de Dios estaban felices. Pero no era una felicidad común como la que caracteriza a esta comunidad. Hoy había algo especial en ella.
Se decía que iba a celebrarse una boda. ¿Una boda sin anunciarse? ¿Por eso hay tantas sonrisas? No hay nadie engabana’o ni flores en los asientos. No hay ninguna niña vestidita como novia y no veo a la novia en la entrada con su papá.
-Yo creo que los que se casan son los señores de al frente, pero no estoy segura.
-Na’, lo más seguro celebran aniversario.
-No. No es aniversario. Se casan por primera vez.
-¡Qué va a ser!
Es que en ese primer banco, estaban sentados cuatro personas que no eran conocidas por todos los feligreses. Además, esas cuatro personas pasaban, fácil, de los 70 años de edad.
José, de casi 90 años, estaba sentado al lado de Iris. José, de poco pelo blanco, arrugas y nariz grande, vestía una camisa rosa de botones y la combinó con una corbata de franjas diagonales gris, negra y rosa. En su mano izquierda lleva un reloj y con la derecha se acomoda sus espejuelos de color vino. Su pantalón negro de filo custodia sus zapatos marrones. Un bastón era su escudo para poder mantenerse de pie.
Por su parte Iris, de pelo corto, llevaba un vestido corto a la rodilla, color rosa con zipper en la espalda. Estaba maquillada a tono con su edad. ¡De esas señoras picúas! Porque, ¿quién dice que a los más de 70 años una no puede verse bien? Ella estaba elegante, con su pelo color vino intacto y sus zapatos de plataformas. ¡Se veía feliz, ilusionada!
Al lado de ellos estaba un par. La dama lleva un traje negro y dorado y el alto caballero, camisa de manga larga blanca y pantalón de vestir negro. Tiene una corbata vino de diseños y unos espejuelos metálicos.
¿Quién de esas dos parejas serán los novios? ¿Quiénes son los padrinos? ¿Realmente se van a casar? No hay duda, José e Iris son los protagonistas de la tarde. Así lo confirmó Padre Encarnación Nieves al llamarlos al frente.
¡No celebran aniversario aunque llevan 48 felices años juntos! Tampoco están renovando votos. Hoy, estos dos seres tan enamorados como el primer día, convierten su más anhelado sueño en una realidad. Y lo harán al lado de su familia. El elegante caballero y la dama que están al lado de los novios son los hermanos de José.
Hermanos que han visto como el amor de José e Iris se vuelve más fuerte con el pasar de los años. José fue el primer novio de Iris. Iris lo amó tanto que nunca lo soltó.
José intenta levantarse del asiento, pero no puede. Lo intenta por segunda ocasión y se levanta con dificultad. Su Dulcinea, Iris, lo ayuda tomándolo por su brazo derecho y tocándole el hombro, le deja saber que están a punto de lograrlo.
Somos testigos de una escena tierna. Lo que para nosotros nos tomaría un segundo, a ellos les toma más tiempo. Especialmente a él, pero a paso firme ambos lo logran. Ahora, parados frente al sacerdote y frente al altar, se convertirán muy pronto en marido y mujer.
Padre Encarnación con micrófono en mano y con la ayuda de Enrique, un delgado joven monaguillo que le sujeta el libro, comienza el rito matrimonial.
Al finalizar el rito, el sacerdote con una sonrisa les dice:
-Dale un besito a Iris.
Y el ahora esposo de Iris con una sonrisa pasmada y la feliz esposa con sus ojos llenos de cristales se funden en un mágico beso. El beso más real y anhelado; el beso bajo la bendición de Dios.
Mientras se dan el más tierno beso, el coro entona una canción para los esposos.
-Ese señor está loco. No sabe lo que acaba de hacer.
-¡Ay Sixto! No digas eso.
-¡Claro que sí! ¿Cómo se va a casar siendo libre? ¡Y tan mayor!
Sixto continuó bromeando con Isaura, una joven del coro y llegó a ellos Armando, un joven que está casado por juez y les dice:
-¡Yo me quiero casar!
-¡Cásate así, por la iglesia! Eso es lindo, mira que lindo se ven ellos.
Y Armando mirando a su esposa Gladelís y a su pequeña hija Zamirah, sonríe y asciende con la cabeza y seguro de sí comenta:
-Sí, me voy a casar.
Luego que los esposos volvieron a paso lento a su asiento, la Misa continuó. Y aunque lo importante estaba en el altar, era inevitable voltear la vista a los enamorados que no se soltaron las manos hasta el fin de la celebración.
Al final, los seres que más amor estaban profesando caminaron custodiados por los padrinos hasta el altar para al fin plasmar su firma en los papeles que por más de 40 años estaban deseando leer.