Toda mi vida he intentado mantener la calma. Mantengo la calma cuando alguien me toca bocina en la luz, mantengo la calma cuando a mi madre no la atienden correctamente en el hospital, mantengo la calma cuando alguien se hace el payaso y mantengo la calma cuando alguien me queda mal. Es sencillo, se nos ha enseñado, o por lo menos a mí, a tenerle paciencia a los demás.
Cuando el ser humano está pasando por el proceso de crecer, a menos que venga de una familia disfuncional, lo menos que nos dicen es que debemos decir con permiso y gracias. Es actuar con sentido común, pensando que la persona que está a nuestro lado no tiene la misma capacidad que nosotros o que, tal vez, pueda estar pasando por una mala situación que desconocemos. Así, que no hay de otra, tenemos que mantener la calma.
Por ejemplo, cuando hay una persona que guía lento y está frente a mí, no le toco bocina. No sé si la persona nunca ha guiado por estos lugares o si es un señor mayor, que podría ser, dentro de varios años mi papá. Cuando hay una persona en la caja registradora y la cajera tiene que llamar al gerente por cualquier situación, coño, debo mantener la calma porque tal vez, le están cobrando de más y eso a mí no me gustaría tampoco.
Y así existen cientos de situaciones donde hay que respirar un poco más lento y cerrar los ojos, sobre todo cuando se trata de la libertad de expresión. Vamos, la libertad de expresión existe, pero tiene sus límites y hay que saber bregar con esos límites. Sí hay personas protestando en un edificio y tal vez tienen una entrada tapada, mantengo la calma y entro por otro lugar. Distintas entradas es lo más que hay en los grandes edificios.
Lo mismo pasa, como les expliqué, en muchas situaciones de la vida. Realmente yo sufro, sufro todo el tiempo y rebajo libras. Sí, porque he aprendido a tener paciencia y mantener la calma cuando, a veces, no es necesario. Pero, ¿saben algo? Esta semana he descubierto que cuando ya NO sepa qué hacer tengo dos opciones para poder trabajar una situación donde mantener la calma no sea suficiente. Y estas dos razones las aprendí rápido, de la mano del distinguido representante José Luis Rivera Guerra y la, por siempre en trance, presidenta interina de la Universidad de Puerto Rico, Nivea A. Fernández Hernández.
¿Qué hacen estas personas protestando? Los distintos sindicatos están ejerciendo su derecho a la libre expresión porque están en contra del proyecto de ley que busca reducir los beneficios a los servidores públicos. Lo que, si usted no lo sabía se conoce como la Ley 938.

Yo, al menos, tomo sus acciones como ejemplo a seguir cuando la paciencia se me acabe. Cuando esté llegando al trabajo y alguien esté frente a mí, impidiéndome la entrada (por cualquier razón) yo no esperaré como esperaba antes. No, no importa que sean 17 segundos, yo daré un codazo. ¡Me lo enseñó Rivera Guerra! El mismo que no divulgó, entre los años 2009 al 2011, la liquidación de una deuda contraída por la construcción de una piscina en su residencia y los informes financieros de la construcción por más de $3,000 a su residencia. Y otros delitos más, pero eso no lo digo yo, eso usted lo lee en El Nuevo Día.
Nivea, la querida presindenta, al ser abordada por un grupo de estudiantes en una reunión de la Junta de Gobierno, mantuvo la calma, no repartió codazos, pero tampoco pudo mediar palabra. Ella me enseño que cuando no sepas qué carajos hacer y cuando no puedas con tu cara de vergüenza, alelar es la mejor opción.
Siento que mis padres no me perdonarán por esto que diré, pero para qué tener la paciencia como una opción, cuando puedes quedarte inmóvil, en trance, haciendo que te duele el pecho, cuando quieras salirte del peo en el que estás metí’o. Y, cuando eso no resulta prudente, seguramente un codazo en la boca de alguien que no te esté haciendo nada, sea un mejor desenlace.