Misión Imposible «Sentencia Final»: Esta crítica se autodestruirá en cinco segundos

Este mensaje se autodestruirá en cinco segundos… pero tú quédate, porque te voy a contar qué pasa con la «última» entrega de Misión Imposible, esa saga que no envejece y que, al parecer, tampoco planea jubilarse. ¿La fórmula? Tom Cruise colgado de algo junto a Christopher McQuarrie, una amenaza mundial sin contexto y una persecución que empieza en tren y termina quién sabe dónde. ¿Funciona? Sí. ¿Tiene sentido? Casi nunca. ¿Importa? Para nada.

¿Misión cumplida? O más bien: ¿cuál era la misión?

A estas alturas, intentar explicar la trama de una Misión Imposible es como tratar de armar un mueble de IKEA sin instrucciones y con piezas de otras sagas. Hay un arma secreta. Hay una IA con nombre de software beta. Hay traiciones, flashbacks, y personajes que aparecen con cara de “ya estuve en otra película, ¿te acuerdas de mí?”. Pero el encanto no está ahí. Nunca estuvo. Lo que nos mueve a ver Misión Imposible 8 es simple y puro: ver a Tom Cruise hacer cosas que no haríamos ni con doble de riesgo, ni con seguro médico.

¿Y Ethan Hunt cómo está?

Cansado. Pero no se nota.

Porque detrás de Ethan Hunt está Tom Cruise, un tipo que a punto de cumplir 63 años sigue colgándose de aviones, escalando edificios y haciendo acrobacias que harían temblar a cualquiera con la mitad de su edad. Cruise no solo interpreta al personaje, lo vive y lo hace con un compromiso feroz hacia sus fans que merece todo el respeto del mundo. No es solo espectáculo; es una declaración de lealtad: “Si ustedes me han acompañado todos estos años, yo haré lo imposible para darles lo mejor, en carne y hueso, sin dobles”. Gracias, Tom.

Este hombre ya cargó con más tramas complicadas que el universo de Marvel, y aún así tiene la energía de quien desayuna adrenalina. Si esta saga fuera real, Ethan tendría ocho hernias de disco y una pensión del FMI (no el Fondo Monetario Internacional, la Fuerza de Misión Imposible). Pero no, sigue ahí. Saltando de precipicios, corriendo en países ajenos y hablando con ese tono grave que solo se usa cuando se está a punto de salvar al mundo o pedir el divorcio.

Imagínate la sesión de terapia de este tipo:

Doctor, siento que nadie me entiende.
¿Por qué, Ethan?
Porque no tengo tiempo de explicarme. El mundo se va a acabar. Otra vez.

¿Y la emoción dónde queda?

Aunque la película tiene más explosiones que silencios, se permite algo raro en este tipo de sagas: respirar. Entre las motos voladoras, los trenes colapsando y las conspiraciones globales, hay escenas que bajan la velocidad. Momentos que no gritan, pero pesan.

Uno de ellos es la muerte de un amigo cercano de Ethan, un personaje que no solo era parte del equipo, sino parte de su humanidad, de su historia, de esa vida que Ethan nunca ha podido tener completa. Este sacrificio se siente especialmente fuerte porque no es solo la pérdida de un camarada; es la lucha contra algo mucho más grande y actual: una inteligencia artificial malvada que amenaza con borrar no solo sus misiones, sino nuestra realidad.

Aunque es pura ficción, la amenaza de la IA pone en el centro una pregunta real: ¿qué pasa cuando la tecnología que debería ayudarnos se vuelve contra nosotros? Esa batalla, tan simbólica como literal, da un peso inesperado a la película. Ethan no solo corre contra el tiempo, corre contra un futuro incierto, contra una maldad que parece cada día menos imposible.

Es en esas escenas donde Misión Imposible 8 dice: “Sí, te vine a entretener… pero también te vine a tocar un poco la fibra, aunque sea de de a poquito…o de a golpe”. Y funciona. Porque entre tanta adrenalina, una pausa sincera se siente como una bofetada emocional con guante blanco.

Para los verdaderos fans…

Si has estado desde la primera película, cuando Ethan era más joven y los floppy disks aún existían, esta octava entrega definitivamente te habla a ti. Has visto cómo cambian los villanos, cómo rotan los compañeros de equipo, cómo las traiciones se reciclan como si fueran envases de yogur. Pero lo que no cambia, lo que jamás cambia, es ese momento glorioso en el que suena la música, él se pone el arnés, y tú sabes que algo absurdo, pero épico está por pasar.

Sí, puede que en el fondo todas las películas sean la misma con distintos trajes. Pero ¿acaso eso no es parte del encanto? Vas al cine como quien visita a un viejo amigo que siempre cuenta la misma historia… pero cada vez con más efectos especiales.

La nostalgia también corre a toda velocidad

Misión Imposible 8 sabe de dónde viene. Y aunque no pierde el ritmo con tanto gadget futurista, se toma su tiempo para mirar hacia atrás. Trae de regreso a personajes clave de entregas pasadas, rostros que los fans reconocen al instante y que cargan no solo historia, sino emoción. Funcionan como recordatorios de cuánto ha vivido Ethan Hunt y cuánto ha perdido en el camino.

No es solo una secuela más. Es un pequeño homenaje a 29 años de misiones, traiciones, saltos imposibles, y sí, también momentos humanos que nos amarraron emocionalmente a esta franquicia. En tiempos donde todo se reinicia cada cinco minutos, Misión Imposible tiene la osadía de respetar su propia historia. Y eso, para un fan de verdad, se siente como recompensa.

La banda sonora que nunca falla

No podemos hablar de Misión Imposible sin rendir homenaje a la música icónica de Lalo Schifrin. Ese tema inolvidable, que a estas alturas es casi un personaje más, vuelve a sonar con toda su fuerza, marcando el ritmo de cada persecución, cada plan imposible y cada momento de tensión.

La genialidad de Schifrin no solo está en la melodía pegajosa, sino en cómo logra elevar cada escena, convirtiendo la adrenalina en pura emoción auditiva. Sin esa música, las acrobacias de Ethan no serían lo mismo y las misiones perderían parte de su magia.

¿Es perfecta? No. ¿Importa? Tampoco.

Misión Imposible 8 es una gran película. De hecho, es una de las mejores de la saga. Tiene momentos brillantes, acción desbordada y un cierre cargado de nostalgia que toca fibras. Pero y acá va el pero honesto, para mí no es la mejor de todas. La historia se estira un poco más de la cuenta, sí. Es larga. Pero no te da respiro. Tu corazón late al ritmo de cada persecución, de cada explosión, de cada decisión al límite. Recomendación: Es mejor tomar medicamentos para la presión arterial antes de ir a verla.

El regreso de un personaje inolvidable de la primera entrega le da ese sabor a reencuentro con la historia, con los orígenes. Y mientras todo eso sucede, Tom Cruise, nuestro eterno Ethan, sigue cargando sobre sus hombros el peso de la acción, la intensidad emocional y la expectativa de millones. Y lo hace como si fuera fácil. Como si no llevara ocho películas encima. Como si las leyes de la física fueran solo una sugerencia.

¿Se le puede criticar algo? Claro. ¿Lo vas a disfrutar igual? Sin dudas. Porque esta saga no se trata de perfección. Se trata de entrega, lealtad y ese extraño placer de ver a un hombre desafiar la muerte, una misión imposible a la vez. Recomendación 2: Verla en IMAX porque está grabada para que podamos tener una experiencia completa.

Querida saga…

Nos hiciste creer que un hombre puede colgarse de un avión en marcha y aún así peinarse después. Que la gravedad es opcional. Que si corrés lo suficientemente rápido, podés escapar del trauma, del sistema, y de la crítica especializada.

Nos diste persecuciones, explosiones, gadgets, traiciones… y un protagonista con más vida útil que cualquier batería del mercado.

Gracias por tanto.
Si esta fue tu última misión, te fuiste corriendo a cámara lenta, con una explosión detrás y una sonrisa en nuestra cara.

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