Nadie quiere ser pobre, pero a veces no hay opción

Nadie sueña con ser pobre. Nadie dice de niño: “yo quiero crecer para vivir con lo justo, estirar la quincena como chicle viejo, echar gasolina hasta medio tanque y fingir que el café instantáneo es gourmet”. Pero como quiera, aquí estamos. Algunos nacimos ahí. Otros cayeron después. Y muchos están en la cuerda floja, esperando que no les dé gripe, que no se dañe el carro, que no llegue una factura inesperada que los hunda. O cruzando los dedos para que la factura de LUMA no siga en aumento.

Nos vendieron la historia de que “el que quiere, puede”. Que, si te esfuerzas, si trabajas duro, si crees en ti, vas a “salir adelante”. Pero se les olvida mencionar que no todos arrancamos desde el mismo sitio. Algunos nacen con herencia, conexiones y casas con paneles solares. Otros, nacieron en “cunas de oro” (y que bueno, ellos no tienen la culpa de eso). Otros con deudas, ansiedad heredada y un diploma que no paga la compra. Y el resto corre descalzo, en una pista llena de rotos, con un cartel que dice: “No te quejes, agradece”.

La pobreza no es una opción. Es un diseño. Es el resultado directo de un sistema que funciona exactamente como fue planeado: que unos pocos acumulen y muchos se jodan. Lo más salvaje es que encima de ser pobre, tienes que parecer decente. Limpio. Agradecido. No puedes mostrar rabia. No puedes decir que estás cansado. No puedes ir al Starbucks porque entonces, ¿cómo te va a ir tan mal si puedes comprar un café de $6? (Spoiler: puede irte peor).

A veces el único lujo que se da un pobre es fingir que no lo es.

Y no es que no haya talento, ni esfuerzo, ni ganas. Hay de sobra. Lo que no hay son oportunidades reales. Oportunidades de empleo ni salario digno. Más de 72,000 hogares encabezados por personas que trabajan viven bajo pobreza en Puerto Rico. Para el 2023, más del 50% de los niños y jóvenes en Puerto Rico vivían en condiciones de pobreza. Y sin embargo, seguimos creyendo que el problema es individual, no estructural. Que el que no progresa es porque es vago, bruto o irresponsable. Como si madrugar todos los días por $10.50 la hora no fuera suficiente prueba de dignidad. Vamo’ $10.50 si tienes suerte, porque en muchos lugares te dan menos y TODOS lo sabemos.

Una vez, en una actividad comunitaria, le regalamos a un señor una mochila con artículos de higiene y comida. La abrazó como si fuera un cheque millonario. Dijo: “yo no pedí nacer pobre, pero tampoco voy a pedir disculpas por seguir vivo”. Esa frase se me quedó pegada como estampa.

Porque lo más cruel de la pobreza no es solo tener poco. Es vivir con culpa. Con vergüenza. Con la necesidad constante de justificarte: por qué no tienes, por qué estás cansado, por qué no puedes más. Como si estar jodido fuera una falla moral y no una condena social.

Y ojo: la pobreza no es solo económica. A veces te empobrece el entorno, la violencia, el trauma, la soledad, la falta de tiempo para pensar. A veces te empobrece el miedo.

Quizá algún día podamos hablar de pobreza sin tener que adornarla. Sin ponerle música de superación detrás para que duela menos. Que podamos decir “soy pobre” sin sentir que es una confesión vergonzosa. Mientras tanto, seguimos aquí: trabajando el triple, cobrando la mitad y tratando de no pedir demasiado. No sea que incomodemos o que incomode a quienes siempre han mirado la pobreza desde la distancia, como quien mira una mancha desde el cristal de un carro con aire.

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