Crónica en tono irónico sobre desigualdad 2.0
Dicen que la pobreza ya no es como antes. Que ahora “los pobres tienen celular” y “televisor inteligente de pantalla plana”, como si eso anulara el hambre, el calor y la precariedad. Dicen también que si no reservan cita médica por la app del hospital es porque “no quieren”; no porque el don o la abuelita sin estudios apenas sabe prender el teléfono y menos aún deslizar el dedo sin que se le cierre todo.
Lo que nadie dice es que ese celular muchas veces no tiene la línea activa porque no pudo pagar el mes. Ni datos. Ni cargador que funcione. Que hay casas sin camas, donde la gente duerme en hamacas que cuelgan de paredes sin empañetar, bajo un techo de zinc que a mediodía cocina mejor que cualquier chef. Tampoco dicen que algunas casas no tienen agua y aunque parezca increíble, otras no tienen luz.

Pero claro, desde el aire acondicionado de la guagua, desde la oficina de presidencia o del Starbucks más cercano, la pobreza es una exageración poética. ¿Cómo va a estar tan mal la cosa si el niño tiene tenis con luces? ¿Si la señora tiene Facebook? Eso debe ser pobreza emocional, no material.
Y ahí entra Don Ernesto. Tiene 84 años, presión alta, rodilla vencida, pero sosteniéndose de un bastón roto y un celular que vibra como maraca poseída. Le dijeron en el centro de salud que para ver al especialista necesita un referido… pero ese no lo dan en ventanilla sin cita y esa cita se saca por la app o por un cuadro telefónico que nunca contestan.
Don Ernesto no tiene app ni siquiera se sabe su número de memoria. Lo que tiene es miedo. Miedo de tocar donde no es, de borrar algo o de no borrar nada, porque en verdad no sabe ni entiende, miedo de que el teléfono explote. No entiende por qué ahora todo se hace desde un aparato que parece una tienda, una farmacia y una oficina, pero que no tiene a nadie que le explique.
Después de varios intentos y de pedirle ayuda a un nieto que solo contesta cuando necesita par de pesitos, se rinde. Decide ir directo al hospital a ver si con cara de “me duele todo” lo atienden. Lo regresan sin piedad: “Señor, sin cita no se puede y ya no tenemos espacio. Mejor venga mañana, pero bien temprano porque no hay espacio tampoco; a ver si puede alcanzar un walk in. O mejor: baje la app.”
Don Ernesto regresa a pie, bajo el sol caliente, a su casa. Sí, porque todavía tenemos adultos mayores a pies por nuestras calles. Esa noche, la rodilla ya no le responde. El dolor sube, se le enreda en el pecho. Piensa si habrá forma de sacar cita para morirse… pero seguro tampoco hay campo.
Pero tranquilos, no es una emergencia nacional.
Aún nadie se ha metido a bañar en Starbucks.
