Sinners: Cuando el pecado se filma con elegancia

Me atrevo a decir que Sinners es la mejor película de Ryan Coogler. Sí, incluso por encima de Creed o Black Panther. Acá no hay boxeadores ni superhéroes: hay humo, secretos, música, culpa… y un guion que arde lento como leña mojada. Esta no es una película que grita; es una que susurra. Y si le prestás atención, te deja pensando mucho después de que se encienden las luces.

La historia nos lleva al Mississippi de los años 30, donde los gemelos Smoke y Stack, interpretados magistralmente por Michael B. Jordan, regresan a su ciudad natal para abrir un bar de mala muerte. Un lugar donde la música, el blues y los pecados del pasado se mezclan como trago fuerte. El blues no solo acompaña: es el latido de la película. Toda la atmósfera está impregnada de su ritmo melancólico, su herencia cultural, su peso emocional.

Coogler dirige con pulso firme y mirada precisa. Construye una narrativa contenida, íntima, pero cargada de tensión. Y junto a él, la directora de fotografía Autumn Durald hace historia al filmar en película IMAX de 65 mm. ¿El resultado? Una película que se ve tan bien como suena. Cada encuadre cuenta. Cada sombra respira. Cada plano tiene intención.

Entre el elenco, además del trabajo dual impecable de Jordan, brilla Miles Caton como Sammie Moore. Es una actuación potente, matizada y carismática. Su talento salta a la vista y su presencia en pantalla aporta una capa adicional de sensibilidad al relato. Es uno de esos personajes que se sienten reales y no puedes dejar de ver.

La película guarda joyas visuales, como una secuencia musical filmada en plano secuencia que es, sencillamente, deslumbrante. No solo es un despliegue técnico impecable, sino un momento cargado de emoción y estilo, que justifica por sí solo el precio de la entrada. ¡Música y baile trascendiendo el tiempo, la vida y la muerte! Es irónico decirlo, pero esa escena es tan impresionante que siento que toda la película existe solo para justificar ese plano secuencia; que por mucho, es una de las cosas más bonitas del cine moderno.

Sinners no es para los impacientes. No se apura. No te da todo masticado. Pero si te dejas llevar, te atrapa con su belleza, su tono contenido y su narrativa cuidada. Es cine que no subestima a su espectador.

Y un último consejo que nadie pidió: hay dos escenas postcréditos. No una. Dos. No te levantes. No te estires. No finjas que ya entendiste todo y te puedes ir. Quédate en tu butaca hasta que se prendan las luces, porque esas escenas valen la pena y cierran la historia con el mismo estilo elegante y malicioso de todo lo anterior.

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